¿Asesino? ¿Quién, yo?

22 de septiembre de 2019

«Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio;” – Mateo 5: 21-22a  (RV1960) 

Si yo fuese a hacer una encuesta hoy acerca del mandamiento que usted siente que nunca ha roto, estoy muy seguro que la mayoría de nosotros podría decir: “¡Bueno, al menos yo nunca he matado a nadie!» pero espere – Jesús dice que la ira se compara con el asesinato. La ira es un pecado igual de grave ante los ojos de Dios. ¡Uf! Eso no puede ser así, ¿verdad? Es decir que probablemente todos nosotros estaríamos de acuerdo en que el asesinato es el pecado más grave del cual hombre puede ser culpable. Pero Jesús está diciendo: «Mira. El enojo y el asesinato son iguales a los ojos de Dios en lo que trata con la gravedad del pecado». [Estoy parafraseando aquí]

Bueno, ¿es toda ira mala? No, no lo es. En Efesios 4:26  dice, «Airaos, pero no pequéis» Ahora bien, ¿cómo puede Él decirnos que podemos estar airados o enojados y no pecar, si la ira se equipara con el asesinato ante los ojos de Dios? ¿Todavía no están confundidos?

Bueno, cuando Dios es irrespetado (y sentimos ira por eso), esa es una ira justificable. Y cuando se le engaña a nuestro prójimo, sobre todo a aquellas personas que son las más indefensas, los que no han nacidos, a un niño, una viuda, o a los pobres, o aquellas personas que están pasando por el tiempo más difícil defendiéndose a sí mismas, a donde hay injusticia, entonces puede haber una ira justa que conmueva a una persona a acudir en su defensa. Pero incluso así, si perdemos nuestro temperamento, caemos en el pecado de la ira,  ya que aun cuando hay una ira justa, dicha ira debe ser controlada, y cuanto más nos airamos, con más facilidad comienza el pecado a tomar el control de nuestra vida.

Pero, la ira que siempre es pecado y que se equipara con el asesinato es cuando nos enojamos con aquellas personas que nos han hecho algo malo. Podríamos confrontarlas por sus malas acciones, pero no con enojo. Por lo tanto, lo que Jesús nos está enseñando es que Dios nos juzga por nuestros pensamientos y motivos igual que por nuestras acciones. Jesús es nuestro modelo cuando fue ejecutado injustamente en la cruz y oró diciendo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».