Siempre Está Ahí

14 de agosto de 2014

“No muchos días después, el hijo menor, juntándolo todo, partió a un país lejano, y allí malgastó su hacienda viviendo perdidamente.”   – Lucas 15:13 (LBLA)

Las cosas y las personas que se pierden no siempre saben que están perdidas. Pero quien las ha perdido sí lo sabe. Las ovejas no saben que están perdidas, pero el pastor sí. Una moneda perdida no sabe que se ha perdido, pero su dueño sí. El hijo pródigo no sabía que se había perdido. Él creía que se estaba dando la buena vida y que disfrutaba de la gran aventura de su vida, pero si le hubieses preguntado a su padre, él te hubiera dicho: «Mi hijo estaba perdido».

¿Dónde estaba el padre cuando se perdió su hijo? Algunos podrían argumentar que él nunca salió de su casa, que nunca se fue tras su hijo. Pero creo que el padre también estaba «en el país lejano». No pasó ni un día ni una noche en que el padre no estuviera con su hijo en su pensamiento. Los seres queridos que se quedan atrás saben de su propia clase especial de “estar perdido”. La esposa de un soldado que lucha en un país extranjero se va a ese país en sus pensamientos mil veces al día. El ser querido de un rehén es rehén, también, por su preocupación e inquietud. El padre de un niño enfermo combate la enfermedad tal como el cuerpo de ese niño o niña lo hace y  siente cada dolor.

Día tras día, hora tras hora, el padre del hijo pródigo también estaba en el país lejano. Estaba sufriendo la angustia y el vacío que una vida de demasía trajo a  su hijo. No hay un padre vivo que no haya experimentado el dolor por un hijo si es que hay un amor real. Esa es una imagen humana del amor sobrenatural de Dios. Él va donde nosotros vamos. Siente cada pérdida, cada decepción y cada dolor. Él está como el  padre del hijo pródigo – anhelando que su hijo regresara a la casa. Todos nosotros, en algún momento, hemos sido ese hijo pródigo. Muchos todavía lo son. Nuestro Padre Celestial también se mantiene amándonos cuando estamos perdidos—esperando y anhelando que nosotros regresemos a casa, donde Él nos da la bienvenida con los brazos abiertos. ¡Es hora de que vuelvas a casa!